viernes, 1 de marzo de 2019

El impuesto sobre la renta

Sigo con mi serie de artículos sobre las citas más relevantes del libro Aventuras empresariales.

En este caso, el capítulo El impuesto federal sobre la renta, es uno de los que mas me ha impactado del libro.

La recaudación del año fiscal que finalizó el 30 de junio de 1964 ascendió a un total de 112.000 millones de dólares, de los cuales cerca de 54.500 millones procedían del impuesto sobre la renta individual, y 23.300 millones de los impuestos aplicados a las empresas.

Esta cita hace referencia a datos de Estados Unidos, y yo me pregunto, ¿Por qué cobramos más impuestos a las personas que a las empresas?

Está claro que en general ya no se crea ninguna empresa, ni se gestiona ni un día una ya creada, sin una cuidadosa consideración del impuesto sobre la renta, y aquellos que no lo han hecho así han perdido su fortuna, su reputación, o ambas cosas.

Pero en realidad ofrece tal variedad de trampillas de escape tan prácticas que casi nadie, por muy rico que sea, se ve obligado ni de lejos a pagar las tasas más altas.

En este capítulo, el autor da numerosos ejemplos de como a priori, parece que los impuestos están definidos para que la gente que más dinero genere más pague, pero a efectos prácticos esto no es así.

Sino que además dificulta enormemente que el ciudadano corriente pueda calcularlo y sortearlo sin ayuda. Según sus críticos, esto conduce a una situación poco democrática, ya que únicamente los más ricos pueden permitirse pagar la onerosa asesoría profesional necesaria para minimizar legalmente sus impuestos.

Ya que el gobierno no da las claves para una fiscalidad eficiente, debemos estudiar más sobre estos temas para poder optimizar el pago de nuestros impuestos. Por otro lado también me hace pensar de que debemos relativizar más los gastos que tenemos, a veces una super cena de 100€ nos parece barata y sin embargo pagar ese dinero para un asesor nos parece caro.

Cletus, hemos de asumir que vivimos en la era de los impuestos. Mires adonde mires, te encontrarás con uno», comenta un abogado a otro en el libro de relatos cortos de Louis Auchincloss titulado Powers of attorney («Poderes notariales»), y el otro, un conservador, apenas puede plantear una débil objeción.

Esta es una buena reflexión, ten en cuenta que cada vez que compras algo, estas pagando impuestos a los políticos corruptos. Parece una tontería pero a mi esta reflexión me ha hecho ser menos consumista.

Hasta el siglo XIX únicamente se llevaron a cabo dos intentos de implantación de impuestos sobre la renta: uno en Florencia durante el siglo XV, y otro en Francia durante el XVIII, y en términos generales ambos fueron meros intentos de codiciosos gobernantes de esquilmar a sus súbditos. El caso francés, en palabras de esa misma autoridad, «pronto se vio plagado de abusos», y acabó siendo «una imposición injusta y completamente arbitraria sobre las clases menos pudientes», lo que sin duda tuvo su influencia en el fervor homicida que años después dominaría la Revolución francesa.

Este párrafo es gloria bendita, ¿en que momento de la historia nos atracaron con el impuesto a la renta y no hicimos nada?

De hecho, si se repasa la historia de los impuestos, se ve que la reacción inicial es siempre la misma, de oposición estridente y furibunda, pero que a medida que va pasando el tiempo el impuesto comienza a ganar fuerza y las voces de sus enemigos van quedando silenciadas.

¿Por que olvidamos?

En cuanto a Estados Unidos, cuyo enorme volumen de recaudación y la aparente docilidad de sus contribuyentes son hoy en día la envidia de muchos gobiernos.

Esta afirmación me gusta, por que seguro que si preguntas a un español, podrías decir la misma frase cambiando Estados Unidos por España. Eso si, no es excusa para no intentar las cosas que son mejorables.

En general, la historia del impuesto sobre la renta desde 1913 se ha centrado en el incremento de los tipos y en la periódica aparición de cláusulas especiales para permitir que los sectores económicos más ricos puedan eludir la inconveniencia de pagar los elevados porcentajes que deberían por su nivel de ingresos.

De repente, el impuesto sobre la renta se convirtió en un impuesto de masas. Y así continúa siendo en la actualidad.

Por paradójico que pueda parecer, el impuesto sobre la renta estadounidense ha pasado de ser un impuesto de tipo reducido aplicado a los más ricos a un impuesto de tipos elevados aplicado sobre todo a las clases media y baja.

Bendito sistema de bienestar.

Sean cuales sean los defectos de la ley del impuesto sobre la renta de Estados Unidos, está fuera de toda duda que se trata de la ley fiscal con mayor tasa de cumplimiento del mundo, y eso que hoy en día se aplican impuestos sobre la renta en todas partes, de oriente a occidente y de polo a polo. (Prácticamente la totalidad de las nuevas naciones que han aparecido durante los últimos años han adoptado medidas para recaudación de impuestos sobre la renta de sus habitantes.

Existen numerosas evidencias que demuestran la superioridad de la eficiencia en la recaudación de impuestos en Estados Unidos: por ejemplo, los costes de administración y ejecución ascienden a únicamente 44 centavos por cada 100 dólares recaudados, cifra que se duplica en Canadá, se triplica en Inglaterra, Francia y Bélgica, y se multiplica por factores aún más altos en muchos otros países.

¿Cuanto es en España?

Y no es difícil darse cuenta del motivo de esta tensión psicológica: sin duda se derivaba de la enorme dificultad de lograr el cumplimiento, voluntario o involuntario, de una ley que casi nadie aprueba.

Joseph de Maistre dijo: «Cada nación tiene el gobierno que se merece».

Se define la palabra empleo, comienza al final de la página 564, incluye más de mil palabras, diecinueve puntos y coma, cuarenta y dos paréntesis simples, tres paréntesis entre paréntesis, e incluso un inexplicable punto y seguido, y llega casi sin aliento a su punto final al principio de la página 567.

Aquí el autor se queja sobre las barreras que hay a la hora de documentarse sobre el sistema fiscal.

20 por ciento para rentas inferiores a 2.000 dólares anuales; 22 por ciento para rentas de entre 2.000 y 4.000 dólares; y así sucesivamente hasta alcanzar el tipo más alto del 91 por ciento para rentas superiores a los 200.000 dólares al año.

Y nos quejamos de España...

En 1960, los individuos con ingresos brutos situados entre 4.000 y 5.000 dólares anuales, una vez aplicadas todas las deducciones y exenciones personales a que tienen derecho, y acogerse a la estipulación que permite que matrimonios y cabezas de familia tributen a tipos impositivos generalmente más bajos que los de personas solteras, acabaron pagando, en promedio, en torno a la décima parte de sus bases imponibles, mientras que los situados en la horquilla de 10.000-15.000 dólares pagaron la séptima parte, los de 25.000-50.000 dólares algo menos de la cuarta parte, y los de 50.000-100.000 dólares aproximadamente la tercera parte. Hasta aquí se percibe una clara progresión según capacidad de pago, tal y como establece la tabla de tipos, pero al llegar a los niveles más altos esta progresión se interrumpe bruscamente, pese a que es en ellos precisamente donde debería
ser más pronunciada. También en 1960, los grupos de 150.000-200.000, 200.000-500.000, 500.000-1.000.000 y más de 1.000.000 de dólares pagaron de media menos del 50 por ciento de sus rentas declarables, y si además se tiene en cuenta que, cuanto más rico es un contribuyente, mayor es la probabilidad de que ni siquiera tenga que declarar una enorme proporción de sus ingresos —por ejemplo, los rendimientos de bonos bursátiles, y la mitad de todas las ganancias de capital a largo plazo—, resulta obvio que en lo más alto de la escala de rentas los tipos impositivos reales se reducen en vez de aumentar.

Durante todo el tiempo que estuvo en vigor, el tipo impositivo del 91 por ciento funcionó como una especie de tranquilizante público, ya que hacía que todos los contribuyentes de los niveles inferiores se sintiesen afortunados de no ser ricos y por tanto no importunasen demasiado a las clases altas.

A jugar con el miedo, muy bonito de un estado que nos debería de proteger.

Como se puede apreciar, el impuesto progresivo sobre la renta no es progresivo en absoluto. 

«El tratamiento de las ganancias de capital se ha convertido en uno de los resquicios legales más asombrosos de la estructura impositiva federal». En esencia, lo que dice esta disposición es que si un contribuyente realiza una inversión de capital (en inmuebles, empresas, acciones, etc.), la mantiene durante un mínimo de seis meses y luego la liquida con beneficio, tiene derecho a tributar por tal beneficio a un tipo mucho menor que el aplicable a los ingresos ordinarios; concretamente, a la mitad del tipo que le correspondería por nivel de renta o al 25 por ciento, el que sea menor.

Durante los últimos años se han sucedido las modas de coleccionar diferentes cosas entre algunas personas con muchos recursos económicos: primero de pintura postimpresionista, después de jade chino, más tarde de pintores estadounidenses modernos, etc. Al final de cada moda, casi todos estos coleccionistas han donado la totalidad de sus colecciones, y cuando se calculan los impuestos que habrían tenido que pagar de haberlas conservado, en muchas ocasiones se descubre que la aventura no les ha costado prácticamente nada.

Uno de los rasgos más marcados del código —por finalizar esta exhaustiva crítica— es su enorme complejidad, responsable de algunos de sus efectos sociales más importantes. Muchos contribuyentes se ven prácticamente obligados a buscar ayuda profesional para poder minimizar legalmente sus impuestos, y dado que la asesoría de calidad es muy escasa y muy cara, los ricos tienen otra ventaja más sobre los pobres, con la consecuencia de que el código es aún menos democrático en sus acciones que en sus disposiciones. (Por si fuera poco, está el hecho de que las tarifas de asesoría fiscal son en sí mismas fiscalmente deducibles, lo que implica que este tipo de asesoría se puede añadir a la ya larga lista de cosas que cada vez cuestan menos a los que cada vez tienen más.)

Una posibilidad sería implantar un impuesto sobre el valor añadido, que obligaría a los fabricantes y a los vendedores al por mayor y al por menor a tributar por la diferencia entre el valor de compra y el valor de venta de sus productos; entre las ventajas que se le atribuyen está que la carga fiscal estaría mejor repartida entre los contribuyentes y que el gobierno obtendría su recaudación con mayor rapidez. Varios países, entre ellos Francia y Alemania, tienen en vigor impuestos sobre el valor añadido, aunque como suplementos del impuesto sobre la renta más que como sustitutos, y en Estados Unidos no da la impresión de que sea mucho más que una posibilidad remota.

«El impuesto sobre el gasto es algo bonito de contemplar —dijo recientemente uno de sus admiradores—. Resolvería casi todos los problemas del impuesto sobre la renta. Sin embargo, hoy por hoy no es más que un sueño.» Y así es, al menos en el mundo occidental, pues actualmente sólo hay dos países que han logrado implantarlo con éxito: India y Ceilán.

Esto es solucionar un problema a lo Charlie Munger con su modelo mentar 'invert'.


BONUS TRACK: Impuesto de sucesiones.
Esto no tiene nada que ver con el impuesto de la renta, pero ya que estamos hablando de impuestos y de manipulación, me llamo mucho una escena en la película El vicio del poder en la que narran la vida de Dick Chaney (vicepresidente de George Bush hijo) y hablaban que para combatir con el impuesto de sucesiones (que suena a impuesto para ricos ¿quien va a tener una sucesión que no sea un rey?) después de hacer un estudio de sentimientos empezaron a llamarlo impuesto a la muerte (¡joder! ¿Quien en su sano juicio va a estar a favor de pagar un impuesto por morir?) y bajo ese nombre y fuertes campañas bajo la popularidad de ese impuesto y hasta grandes celebridades salían en la tele diciendo "No quiero pagar un impuesto por morir" ¿Por qué no empezamos en España a llamar al impuesto de sucesiones impuesto a la muerte?

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